Las propiedades del ajo crudo han sido reconocidas desde épocas remotas por la sabiduría popular y los sabios de esos tiempos, entre ellos los egipcios, que lo usaban para molestias digestivas e infecciones; y el padre de la medicina, el griego Hipócrates, lo recomendaba como remedio natural. Sus propiedades antibióticas fueron comprobadas por el químico Louis Pasteur (1822-1895). Fue usado para combatir infecciones en la Segunda Guerra Mundial cuando se acababan las medicionas.

Además de sus efectos antibióticos, es antiinflamatorio, expectorante, refuerza el sistema inmunológico, es antihipertensivo, anticoagulante, antiulceroso, vasodilatador, baja el azúcar y el colesterol en sangre y la depura. Es recomendable entonces, para pacientes diabéticos, hipertensos, con problemas cardíacos, respiratorios y circulatorios. Previene la arteriosclerosis. Además, contienen vitamina C. El jugo de ajo es un buen antiparasitario, erradica bacterias y hongos. Tiene efecto sedante por su contenido de azufre y fósforo. Reduce el cáncer de colon.

Tiene un sabor intenso, por lo cual en general no resulta agradable consumirlo solo, pero en ensaladas, sopas o salsas, realza el sabor. Debemos acostumbrarnos a no cocinarlo ni freírlo, sino agregarlo crudo, pues de lo contrario, solo servirá como condimento. No es bueno consumir grandes cantidades de ajo sólo por unos días, sino que sus beneficios se aprecian consumiendo diariamente una pequeña ración (uno o dos dientes).

Aplicado externamente, ayuda a cicatrizar heridas, eliminar verrugas y callos; y masajeando el cuero cabelludo, previene ciertas clases de calvicie.

Como efecto adverso, ocasiona fuerte olor en el aliento y la transpiración al eliminar las toxinas orgánicas. No se recomienda consumir en mucha cantidad en el embarazo, ni durante el período menstrual por su efecto anticoagulante.