Usadas desde la Edad Antigua por Estados como Egipto, La India y Grecia, las semillas de sésamo cuyo nombre científico es “sesamum inducum”, y también conocidas como ajonjolí (denominación que procede del árabe), son tan pequeñas en tamaño como enormes en propiedades benéficas para la salud, en sus múltiples variedades (se encuentran en distintos tonos, blancas, marrones o negras). Constituyen un elemento básico de la alimentación oriental.

Fundamentales para los vegetarianos por su gran aporte proteico, y de calcio, esto último esencial para evitar la osteoporosis, poseen además otras múltiples cualidades: aportan ácidos grasos Omega 6 y Omega 9, muy importantes, que benefician a quienes padecen de hipercolesterolemia. Previenen enfermedades como la arteriosclerosis, por contener lecitina, que impide la acumulación de grasa en las arterias. Poseen vitaminas B1 y B2, B3, B5 y B6, y por contener vitamina E, también poseen propiedades antioxidantes, y ayudan al tránsito intestinal por su contenido de fibra. Entre otros minerales contienen hierro (fundamental en casos de anemia) fósforo, potasio, magnesio, yodo, selenio y cromo.

Gran ayuda para los trastornos del sistema nervioso y circulatorio, son propicias para los estudiantes pues estimulan la concentración y la memoria, por el fósforo que poseen. Son ligeramente laxantes y estimulan la producción de la leche durante la lactancia.

Permiten usarse con mucha facilidad en cualquier preparación culinaria, ya que su gusto es exquisito, y son crocantes, dando un toque decorativo a todos los platos: panes, ensaladas, tartas, pudiendo también usarse como rebozador. Moler las semillas antes de consumirlas sería los ideal, para potenciar sus propiedades, lo que suele hacerse, tostarse y mezclarse con sal marina, para usar como condimento. El aceite de sésamo es también otra forma de utilización, frecuente en Asia, no siendo útil para freír.