Los plaguicidas son aquellos productos que por su toxicidad están preparados para destruir plagas (organismos que se considera, dañan al ser humano o a sus bienes) sin afectar teóricamente demasiado ni a la persona ni a los animales que no desea destruir, ni al medio ambiente. Sin embargo la naturaleza se cobra su cuota de revancha ante la amenaza humana a su equilibrio natural.

Es muy difícil crear un veneno que mate selectivamente, y si bien al ser menos potente pues los organismos a quienes están destinados son en general más pequeños, sus efectos pueden ser muy nocivos y contaminantes para lo que se considera que no se debe atacar, no solo en la zona donde fueron colocados sino también en otras, pues el aire traslada sus efectos. Además las plagas se hacen más resistentes e inmunes, proliferando en mayor cantidad y calidad, bajo la acción destructiva de las sustancias químicas creadas por el hombre para exterminarlos.

La contaminación puede extenderse a lo largo del tiempo pues justamente la acción residual que aparece como uno de sus beneficios, también extiende su poder tóxico sobre el ambiente en general, donde los seres humanos y los animales domésticos respiran, beben y comen.

El contacto directo con un pesticida puede ocasionar en los humanos, mareos, náuseas, alergias respiratorias y en la piel, quemaduras, problemas cardíacos, cáncer, entre otros problemas, además de ser peligroso que las embarazadas contaminen a sus hijos.