Por qué el hombre mata animalesLa ONU afirma que la acción humana mata diariamente 150 especies animales. La caza masiva y el cambio climático, son los principales agentes de que esto ocurra. El cambio climático se generó sin dudas por desidia, por negligencia, pero la caza es una actividad premeditada que el hombre comenzó a practicar para sobrevivir cuando apenas se diferenciaba de los otros animales. Cuando el raciocinio le permitió crear cultura, en lugar de usarla para perfeccionar su conciencia y sus valores éticos y cuestionar si era justo matar animales, los sacrificó para homenajear a sus dioses malignos, y usó el prodigioso instrumento de su mente para crear armas cada vez más letales que le permitió causar muerte a animales y a otros hombres con mayor efectividad. Creó mataderos para sacrificar a los animales que él mismo criaba y alimentaba, justificando que lo hacía para comer, si bien esta necesidad es obviamente cubierta por los alimentos de origen vegetal.

Mucho más incomprensible es cazar para divertirse o “para contactarse con la naturaleza” destruyéndola, y ni hablar de las guerras con su poder exterminador de todas las vidas del planeta. ¿Por qué lo hace?

¿Es el hombre malo por naturaleza como afirmaba Hobbes? ¿Son los hombres buenos como Ghandi, que se horrorizaba con el maltrato animal o la vivisección, la excepción a la regla?

En “El lenguaje de la pasión” el escritor Mario Vargas Llosa, explicaba que el hombre como ser predatorio siente la necesidad de matar. La propia Biblia es contradictoria sobre la permisión de matar animales, colocándolos al servicio del hombre, al que se lo posiciona con el poder de decidir la suerte de otras criaturas, tan sensibles, mortales e imperfectas como él.

No se sabe con certeza por qué a muchas personas (por suerte son cada vez más las excepciones) sienten indiferencia hacia la muerte de otros (animales o seres humanos) y hasta a veces una morbosidad injustificada; tal vez sea porque somos mucho más imperfectos de lo que creemos, y debamos replantearnos seriamente si apostamos a la vida, a algo más que existir egoístamente de modo vacío, ya sea porque creamos en un Dios justo que si es tal no podría aceptar nuestra indolencia; o porque queramos rendir un homenaje a la mágica naturaleza de la que formamos parte y que nuestro paso por la vida deje una huella de creación y no de destrucción.