El hombre desde su origen comprendió en su experiencia cotidianaVacas sagradas que no estaba solo. Compartían su existencia, junto a él otras especies, a las que trató de entender, y como no pudo hacerlo, muchas de ellas fueron divinizadas.

Así lo refieren las fuentes históricas en la mayoría de los pueblos antiguos, tanto europeos como americanos.

Hoy, ya nadie veneraría a la vaca sagrada de Hator, ni al cocodrilo que representaba al dios Sobek, pero sí son sagrados algunos animales en el Feng Shui, que utiliza sus flujos de energía para lograr protección en las viviendas (La serpiente amarilla, la tortuga negra, el ave fénix rojo, El dragón verde y el tigre blanco). ¿Es esto cierto?.

La vaca es sagrada entre los hindúes por brindarnos su leche, considerándola como la madre de la humanidad. ¿Tienen razón?.

No es nuestro propósito cuestionar ni sustentar la adoración de animales, sino simplemente observar, que desde su creación el hombre mantuvo una actitud ambivalente en su relación con el resto de lo creado. Por un lado recurrió desde tiempos primitivos a la caza y a la pesca para subsistir, pero por otro, sintió respeto ante otras criaturas que sin ser de su especie, reconoció como creación divina.

La ciencia demostró que el Sol no era un Dios sino una estrella cercana, nos permitió conocer la reproducción de las especies, pero el origen de la naturaleza, continúa siendo un misterio.

Es verdad que en sus origenes el hombre cazaba y se alimentaba de animales, pero luego aprendió a cultivar y a aprovechar los frutos de la tierra, que sabemos nos dan los nutrientes necesarios para subsistir, sin destruir la vida animal.

No tenemos la verdad, sino simplemente las dudas. Sabemos sí, que si destruimos la naturaleza nos estaremos destruyendo a nosotros mismos, eso está científicamente comprobado.

No nos cansamos de repetir que la vida humana es sagrada, y lo consideramos válido, lo que no sabemos es por qué no es sagrada la vida animal o vegetal si también son creación natural. La respuesta puede ser dada desde el punto de vista religioso o de nuestra propia moral.

No queremos divinizar a ciertos animales o vegetales, sino a la naturaleza en su conjunto, y respetarla como tal, sintiéndonos parte de ella y no sus dueños. No conocemos los fines de la creación, pero queremos convencernos que no debería ser su destrucción sino su cuidado.