Debemos decir NO, a la caza en general, pero en este caso trataremos en particular de la inconciencia e insensibilidad de terminar con la vida de estos gigantes marinos, cuyas especies más pequeñas miden 15 metros de largo. La ballena azul pesa casi 150 toneladas y mide de largo 30 metros. Se alimentan de plancton y krill.

La caza de ballenas es una actividad redituable, ya que se aprovecha su carne, su aceite, sus huesos y su grasa.

La caza de ballenas no es una actividad nueva. Ya en la Edad Media la practicaban pescadores vascos y normandos, sumándose más tarde ingleses, holandeses y noruegos, en una aventura sumamente riesgosa, pues lo hacían con arpones cuando las ballenas se acercaban a sus barcos de remo.

Las capturas se hicieron masivas a partir de la mitad del siglo XIX cuando se inventó el cañón lanza-arpones por parte del noruego Sween Feychs y se crearon los buques factoría, llevando a que muchas especies peligraran su supervivencia, ya que su reproducción es escasa: solo una cría, en general, cada dos años, y cuando alcanzan alrededor de los 10 años de vida.

Recién entonces, cuando quedaban pocas, se preocuparon por el futuro de las ballenas, no importando su individualidad sino que no se extinguieran por completo, por lo tanto no se trató de impedir la caza sino de regularla, ya que había poderosos intereses económicos en juego, lo que ocurrió a principios del siglo XX.

En 1935 la Liga de Naciones intentó vanamente llegar a un acuerdo para regular la caza. Dos años más tarde se prohibió durante 9 meses por año la caza de ballenas, por el riesgo de extinción en que se hallaba la ballena azul. El 2 de diciembre de 1946 se creó la Comisión Ballenera Internacional y a partir de allí se dictaron normas que regularon el tamaño de las presas, la cantidad máxima a capturar y la prohibición hacia las especies en riesgo. Japón y Noruega no aceptan estas restricciones y continúan con la caza masiva.

La mayoría de las naciones adhirieron a partir de 1985 a la prohibición de la caza en general de ballenas, con fines comerciales.

En el año 2003 se creó un Comité de Conservación, que lucha para conservarlas pero a la acción humana directa contra ellas, se le suma también la degradación de su hábitat natural producto de la contaminación marina y del calentamiento global, también obra de la “racionalidad” humana.

Luego de esto nos preguntamos hasta cuándo el hombre sentirá que tiene derecho de apropiarse de la vida de otros seres a los que califica de inferiores, basándose en las mismas normas que rigen en el mundo animal: la ley del más poderoso, pero no en sentido moral, pues si esa fuera la superioridad que proclama, la usaría para proteger a los más débiles y no para destruirlos, como lo hace, convirtiéndose en la más detestable de las bestias.