Los vegetarianos no comen pescadoLa respuesta es no, ya que ni siquiera es un derivado de animales como pueden ser los huevos o la leche, sino que es directamente carne animal, un cadáver de un pez convertido en alimento por la acción humana.

Obviamente que existen personas que son “vegetarianas” solamente por razones de salud, y en ese caso si ingieren pescado, se trata de la carne menos mala para el organismo humano, aunque es desaconsejada en caso de gota, y por las toxinas que contiene.

Estas personas que eligen incluir pescado dentro de su dieta vegetariana, reciben el nombre de pescetarianos. Tal vez les parezcan que no sufren pues al sacarlos del agua no gimen; sin embargo expresan su dolor al retorcerse, lo que resulta más que evidente.

La maestra de yoga (que abandonó su primitiva vocación de actriz) Indra Devi, nacida en Letonia, que vivió casi 103 años entre mayo de 1899 y abril de 2002, se hizo vegetariana en 1926, pero siguió consumiendo pescado, hasta que desde su plato de comida, un pescado depositado allí para que ella lo comiera, parecía mirarla acusador, y dejó de consumir pescado.

Considero que el vegetarianismo no es una religión, no es un dogma; es un clamor de la conciencia que nos dice que no matemos; la intención que tenemos no es convencerlos de nada, sino hacerlos reflexionar sobre nuestras acciones en la vida, no imponerles nuestro modo de pensar. Los vegetarianos que aceptamos gustosamente hacer menos daño a nuestros compañeros en la ruta de la vida, sentimos que no debemos matar al menos intencionalmente a otros seres, vivos, entre ellos los peces. Creo que muchos de los que sostienen los beneficios saludables de la carne y critican a los vegetarianos se aferran a ello porque les cuesta mucho dejar una costumbre tan arraigada y de la que disfrutan (sin pensar de donde proviene). Sin embargo nuestra responsabilidad como humanos pensantes es razonar nuestros actos, y matar para comer es uno de ellos. ¿Los animales lo hacen? Sí, pero también hacen otras cosas que nosotros desechamos como humanos en vistas a nuestra supuesta superioridad moral, que nos obliga a reprimir muchas veces nuestros propios impulsos.