En el cuerpo humano abundan el calcio y el fósforo, mineralizando los huesos. Ingresan al organismo a través de los alimentos que los contienen, y son absorbidos por el intestino. Además, son muy importante para la absorción del calcio, la vitamina D, las proteínas y el medio ácido. Los que obstaculizan su absorción, son los ácidos grasos, el oxalato y el ácido fítico.

Tanto el calcio como el fósforo son fundamentales para el buen funcionamiento de nuestro cuerpo, para evitar el raquitismo, las fracturas y la osteopenia, siendo los dos, además, imprescindibles para el buen funcionamiento del sistema nervioso, circulatorio, muscular y cardiaco; pero están interrelacionados; si uno aumenta, el otro disminuye.

La calcitonina es una hormona, que es segregada en casos de que el calcio y el fósforo estén elevados. Si el aporte en fósforo es escaso, el calcio no es contrarestado, y su exceso puede acumularse en los riñones ocasionando cálculos, o en las articulaciones, produciendo artritis.

El resultado de dividir el calcio por el fósforo presente en los alimentos debe ser de 0,7 para que se trate de una dieta balanceada. No significa que solo debamos comer aquellos alimentos que contengan fósforo y calcio en esa relación pues sería imposible, sino de combinar aquellos que son calcificantes, por dar como resultado un número mayor a 0,7, con los que tienen más fósforo, y dan como resultado menos de 0,7. Son por ejemplo alimentos que aportan mucho calcio por tener poco fósforo, la leche y sus derivados, algunas verduras como el brócoli, berro, aceitunas, acelga, el hinojo o la zanahoria, y entre las frutas los higos, las cerezas, la sandía, las mandarinas o el kiwi; y entre los que tienen mucho fósforo, y contrarrestan la acción del calcio, encontramos a los garbanzos, los tomates, las peras, los pimientos, la cebolla, las patatas, las lentejas y a las almendras.