Cuando se quiere rebatir las argumentaciones a favor de llevar Hitleruna vida sana física y espiritual, no consumiendo carne, se menciona como exponente la figura de Adolfo Hitler. O sea, un monstruo vegetariano. Aparentemente así como odiaba a parte de la humanidad amaba a los animales. De ninguna manera el ser vegetariano implica no querer a nuestros semejantes, sino muy por el contrario, significa amar todo tipo y forma de vida, fundamentalmente la de nuestros congéneres. Este hombre, no era ni vegetariano, ni cristiano ni ateo, ni humano. Era un loco, y por lo tanto, su confusión mental le llevaba a predicar absurdos, tales como defender a ciertas especies y eliminar otras. Quería tanto a su perro que lo mató para morir a su lado. ¿Era acaso el perro un soldado nazi?.

Usar ese argumento para negar que la mayoría de los vegetarianos son personas sensibles y preocupadas por la vida de los demás es tan absurdo como decir que fumar es bueno ya que Hitler no fumaba. Entre las atrocidades que cometió en su inútil existencia, tuvo un dejo de sentimientos. Tal vez creyó que los animales eran como él, que mataban para satisfacer sus instintos y sus ansias de poder. Pero se equivocó, él no perteneció a otra especie creada, que a la de los creados por error. Ningún animal es tan mezquino ni ambicioso. Son sentimientos ajenos a su naturaleza. Ellos son capaces de dar y recibir amor, ni matan por placer ni por dinero. Es ciertamente indigno confundir la ideología de Hitler con la de tantos vegetarianos que nos enorgullecen, y es ciertamente la excepción a la regla. Se ilustra la página con la figura de Adolfo bebé, cuando todavía no había podido hacer daño.